Del estado de las cosas.
Hemos llegado donde estamos, que aunque parezca una simpleza
no lo es, Hemos evolucionado, o involucionado,y aunque nunca sabremos si arriba
es abajo o abajo arriba, si que sabemos
que estamos en algún sitio y es ahí donde precisamente digo que hemos llegado. Porque la
cuestión es llegar y partir al mismo tiempo dejando huella de quienes somos y
de lo que hacemos. Esa actividad habla de nosotros mismos y un cuchillo será
una herramienta para mondar una naranja o para quitarle la vida al próximo.
Gana entonces sentido la idea de la evolución vista como un
árbol. Las raíces, el tronco principal y las ramas que sucesivamente van
conformando la silueta de este ser vivo, que como todos, nace, crece, se
reproduce y muere. Gana sentido la evolución de las especies que evolucionan no
ya de un solo tronco, sino de unas raíces que alimentan la vida global del ser
vivo en crecimiento. Unas se secan, otras medran para llegar alto. Gana sentido
el suelo que lo protege, el cielo que lo cubre y el sol que permite su
existencia.
Y si retrocedemos en esta cadena de permisos que también conforma
la clave de nuestra existencia como seres vivos llegamos al mismo punto de no
retorno del estado de las cosas, entiéndase como el compendio de la esencia de
la vida. Lo que quiero decir es bien sencillo, o a mí me lo parece, que tan
importante es una célula como un gramo de silicio. Y si la materia es
indestructible, así mismo lo es la vida, que aparece o se extingue por pura
adaptación a ese estado de las cosas, llamadlo materia o energía o inspiración o
como quiera el ánimo de cada cual llamar a las cosas, o separad del todo la
parte o dadle las vueltas hasta no saber si arriba es abajo o abajo es arriba.
En fín, o en principio, es posible que por el ciclo infinito
de sucesos ande el estado de mis cosas. Y sea yo un compendio de todas las
especies que han poblado sin cesar un punto y en ellas me explico y me vivo y venga mi poesía y acaso me extinga de nuevo para llegar a ser el otro que sin mi, sin nosotros, sin
aquellos, nunca, nunca fue siquiera nada.
Delmundo Milà ( de “Viaje a los confines de la Nada”).