martes, 23 de enero de 2024

Asaltaremos los palacios de invierno

Dame una palabra y construiré el mundo, sólo hará falta que tu estés a mi lado, que sientas el lento gemido del adjetivo perfecto, del verbo cargado de deseo. La palabra será nuestro ADN vivido, el surco cristalino que se vierta en tu mano. La letra necesaria, el silencio compartido. Esta realidad que moldeamos cuando sólo existe el conflicto. Cuando se aman dos cuerpos ausentes en tiempos fingidos. Si quieres podemos rastrear el desencanto. Podemos desdecir los versos huecos. Denunciar el tiempo con un grito necesario. Desurdir esta impostura y resistir al olvido. Nos llenaremos de realidades compartidas, de relatos que vienen de lejos. Renaceremos con adverbios las pasiones, si quieres, en un vuelo interminable con tu aliento. Asaltaremos los palacios de invierno, como Celaya, con versos cargados de futuro. Eso haremos, amor mío, sólo con palabras y besos. (de “Poesía del silencio”. Inédito D. Milà)

domingo, 14 de enero de 2024

Artículo opinión diario Levante 31/12/2023 "El tiempo de las cerezas". A. Cervera

Alfons Cervera El tiempo de las cerezas València | 31·12·23 | 05:00
El tiempo de las cerezas. Levante-EMV Cuando se acaba el año es como si cambiásemos de mundo. Y antes de cruzar el que ahora vivimos, nos embargan las cuentas pendientes, las que no hemos podido resolver como nos habría gustado, todo eso que se quedó en blanco en las agendas de nuestras expectativas más o menos reales o inventadas. El deseo de ser piel roja, como escribía Kafka, para que lleguemos a las praderas ligeros de equipaje, libres de ataduras. Hay quien ve también, en ese brevísimo relato, la angustia de una vida permanentemente abocada al abismo. O un tiempo nuevo a nuestro favor o el apocalipsis. Siempre en la línea divisoria. En la duda. Siempre estarán al acecho los profetas que nos dirigirán al sitio en que ellos cortarán el bacalao y a los demás apenas nos llegará la espina reseca para compartirla a medias con los gatos. Pero no importa, por desear que no quede. En unos días llegarán los reyes magos con las alforjas a tope de regalos. La vida es bella. A las calles les crecerán techos sólidos para que nadie se quede como un témpano las frías noches del invierno. Rezad quienes sepáis para que llueva y se llenen los pantanos, como otros rezan, rosario en mano, para que se vaya a hacer puñetas el gobierno. El camión de la libertad nos espera esta misma madrugada para que a nadie le falte una buena caja -o dos- de botellines de cerveza. La vida es bella, ya lo dije. Cantemos aleluya con Leonard Cohen. Cantemos aleluya. Esta noche las plazas se llenarán de alegría, de campanas al vuelo, de futuros robados a las incertidumbres del desvelo. Buscaremos el mejor castillo en la playa para construir los sueños que se quedaron enterrados en la piedra. Todos los carteles bien iluminados anunciarán la buena nueva: Feliz 2024. Todos esos carteles derramarán la luz de mañana para que esta noche sea como ese resplandeciente día boreal que no se acaba nunca. Ahí empieza todo. Mis deseos sobre eso que llamamos, tal vez con demasiado énfasis, futuro. Un año más para que mirar atrás no sea algo inútil a la hora de pensar en ese futuro. Busquemos esa trocha boscosa donde encontrar un lugar en que no nos sorprenda la realidad cruel de una emboscada. El pasado nos enseña que no somos nada si alguien no nos acompaña en el viaje. Vivir de uno en uno no es vivir sino una derrota anunciada de antemano. Decía María Zambrano, hablando de Unamuno, que “la vida es tragedia siempre”. Pero ahí está, aunque parezca una extraña paradoja, lo mejor de un pensamiento que arrumba ese individualismo perverso que cantará victoria si todo sigue igual, lo mismo que hasta ahora. Porque a partir de esa certidumbre unamuniana se nos desvelará, en boca de una pensadora que deberíamos invocar a cada paso, otra posibilidad de encarar lo de mañana, lo del año que está a la vuelta de la esquina: la vida es “esa vida en la que estoy con otros en una relación especial que me determina”. El neoliberalismo depredador que lo invade todo nos quiere individuos aislados, robots como los que pones a andar por el suelo de la casa, seres tristemente acostumbrados a la obediencia ciega. Y no deberíamos caer en esa obediencia. Nunca la ceguera. Siempre con los ojos bien abiertos. Alertas. Y con la voz en alto. Acuérdense de cuando en la pandemia hablábamos de lo común, de cuando defendíamos apasionadamente la importancia de lo público por encima de los intereses privados, la urgente superación de ir cada cual a la suya sin tener en cuenta que somos siempre parte no hecha trozos de lo colectivo. Qué lejos quedan los fervorosos deseos de cuando la inquietante presencia del bicho parecía habernos hecho más humanos. Aun así, mirar por el agujero del tiempo y descubrir que la esperanza es lo último que se pierde, que el viejo y para mí inolvidable y revolucionario “tiempo de las cerezas” puede seguir siendo el que nos junte a la búsqueda de una vida que no nos avergüence, que esta noche deje de ser una frontera entre el pasado y el futuro y se convierta en ese presente que sea de verdad un tiempo de iguales y no todo lo contrario. La bella canción de Jean Baptiste Clement: “Siempre amaré el tiempo de las cerezas, y el recuerdo que guardo en el corazón”. Cuando se acaba el año es como si cambiásemos de mundo. Pensar en las ausencias que nos dejaron el alma hecha unos zorros. Pero también en lo que hay por descubrir y que hasta ahora, por unos u otros motivos, nos pasó desapercibido. Aquí los versos de mi amigo Delmundo Milà, tan radicalmente hermosos: “…no habrá camino sin tránsito, / ni ciudades sin sueños, ni planeta sin palabras”. Salvar esos sueños y las palabras que los dicen. Desvelar la impostura y los engaños de quienes sólo piensan en sacarle las tripas a la felicidad. Mañana será otro día. Ojalá que mejor que ayer. No lo sé. Pero sé que la vida, como decía María Zambrano, será una vida en la que a pesar de lo difícil siempre estaremos con otros. Ahí nos encontramos, ¿vale? Ahí nos encontramos.