Libro




(De  "Del mundo en mí (Y otros extraños)".  2008



1ª SECUENCIA 

Espacio: Un lugar blanco. No hay objetos. No hay sombras.
No hay silencios. Indeterminado. Lo más parecido a la nada
pero inmaculadamente blanco
Tiempo: La quietud extrema de los objetos lo impide. Un leve
movimiento nos instalará en una gama de grises que dará cuenta
del pasado. El color vendrá más tarde, inaprensible, fugaz.
Personajes: La voluntad que siempre dice sí será el viento. La palabra
dará razón de la necesidad pero vendrá después, como un remolino,
inevitablemente después.








[Apuntes para una matanza de 300.000 focas en el Ártico] 

A Mosuc no le gustan los coches.
Está solo y ríe contento imaginando cómo puede ser uno.
Será como la foca monje dando vueltas en el hielo
o como las noches en el Iglú de Aalauac cuando decía
palabras raras que le contó su abuelo: "Biela,válvula,benzeno”
o aquel hígado de morsa descompuesto. No está claro.
Hay cosas que por más que uno lo intente no puede pensar
y Mosuc ya está harto de que todo el mundo le hable de lo
mismo. Mañana sin ir más lejos le dirá a su amigo Aalauac
que la próxima vez no hablarán de todo eso. Se cogerán por el
hombro. Un brazo por encima del otro. Y juntos reirán muy
cerca de donde el mundo se está deshaciendo a pedazos.





La piel


Tenía la piel blanca
Las manos blancas
El alma blanca
Todo era tan blanco
que cuando vió su sombra
se asustó.







[Apuntes desde Lima para una visión de niños perdidos] 

Es el mes de mayo en Lima y dos niñas de cinco años deambulan
confundiendo arquitectura con hambre a cada paso.
Yo no digo que el mundo no esté posiblemente en su sitio
pero que un terrible olor a colonia se me incrusta en el cuerpo,
es cierto.
Pierdo no más el sentido que ellas pierden el paso
y aturdido me digo que el mundo es uno
aunque no crea lo que digo y menos lo que pienso
que para eso ya recuerda bien el olfato,
pues las narices de un difunto dicen claro del amo
si fue persona o tirano o imitación de cuento.

Que a los niños no les cuentan sus años en Lima,
es cierto.
Se les descuentan en mayo.
Cada mayo pierden uno.
Mayo tras mayo.
Desmayando al calendario.



Dibujo

Trazo una línea sobre el blanco
Después un garabato
De lo simple a lo complejo
sueño el mundo con mi mano
           Dibujo
                   Esencia
                          Espacio
              Miró
                     Klee
                              Picasso





Los niños


Los niños de Ramala veranean en el Mar Muerto
Los niños de Río juegan al fútbol descalzos en Copacabana
Los niños de Manhatan pisan las hojas en Central Park
Los niños de Praga aman la primavera
Los niños de Bolivia pasean la Paz
Los niños de Lima venden historias
Los niños de Corea están divididos
Los niños de Reikiavik están solos
Los niños de Marsella no están
Los niños de Brujas tienen miedo
Los niños de Madrid son castizos
Los niños de París no vienen nunca
Los niños de Rusia tampoco
Los niños de América están unidos
Los niños de África sueñan las estrellas
Los niños de Filipinas son los últimos
Pero en Jerusalén,
en Jerusalén no hay niños.





Lo miró


Lo miró todo.

Dio una vuelta al aire
desde el centro de su gravedad.

Comprendió que estaba sola.
Batió sus alas y se marchó.

Entonces fue cuando los olmos
se empezaron a secar.






2ª SECUENCIA 

Volver a encontrar el tiempo
con el sexo preciso que penetre la angustia
con el amor hecho carne en este cuchillo
que blande mi mano
que trasiega de boca en boca la palabra.
La comunicación es pérdida del uno en el otro.
Un abismo y una cuerda necesaria.
No deseo ahora otra cosa.
Sentir en voz alta lo que otros callan en silencio.
Acuchillar el alma.
Volver a encontrar el tiempo,
viviéndote,
desnuda hasta que no queden suspiros,
hasta que zozobren lentamente nuestros huesos,
hasta el fondo de este mar
donde habita la calma.





Más luz


Luz. Luz. Más luz. Verbo y desparpajo.
Dadme luz que amanezco
que quiero orinar palabras
para un Guadalquivir quebrado.
Roto allí donde copulan a saber los gatos,
donde vive un Hércules negro, el morlaco, dícen.
Más luz para una virgen de quince años,
para cinco marines viriles borrachos
que asoman por la calle de Sierpes bravucones
así de bandoleros yanquis trucados.
" Este negocio no va conmigo -dice un gitano¡
Maldito Pilatos!. Cierra que nos vamos".
"¡ Hay chipirones frescos, oiga,
puntillitas de ojos rasgados,
japonesas frescas, ajo aceite, medias de raso,
el último traje de la Infanta Carlota escaparateado!
¡Y un libro de diseño barato!¡Y muuuy barato oiga!”.
A estas alturas voy empalmado,
el recuerdo quizás de aquellos gatos,
la sustancia del ocre que hiere sangre
en las patillas de un chulo italiano,
asaeteado como un San Sebastián ennegrecido por el deseo
y la madre que parió a las niñas del colegio
de la Santa Madre de Dios del Albero,
sudor y verano, gritos desencajados
para unos tarzanes que se descerebran en el suelo
entre un mar de antenas parabólicas todo ello sin red.
Y son las cinco.

Y los autos. Y las glorias de Paquillo. Y yo empalmado.
Y las putas de la Alameda sin trabajo. Y los callejones oscuros.
Y las tapas de los funcionarios. Y la risa bendita de estos cabrones
en la Puerta Osario. Y Sevilla tan grande, tan bonita, tan inmensa
en un julio entre tus brazos.
Sucedió de noche y la encontraron muerta.







[Apunte de poema] 

Una voz                 un misterio
Un susurro             un lamento
Un murmullo          una conspiración
Un grito                 una puñalada
Un silencio             la muerte
Un eco                  el recuerdo
Otra voz                otro misterio y otro olvido







[Traición de amor] 

Era la Malva Parca escapada de un enero.
La fugitiva de Soutine.
La loca Europa enamorada de un muchacho negro.


Así desnuda andaba la vieja sin velo
de puntillas al alba
rondando el vuelo de lo nuevo.


Ojos vulva carmesí miraba aquel cuerpo
armaba su aguja con hilo
como quien en la lengua llevara un verso.


Como quien sabedora de lo bueno
hinchara el alma de Alim
de sustancia ocre para envenenar el deseo


para sentir ansiosa como huele el miedo
como arrebata la noche sentida
la mañana más triste del universo.







Historia de un infiel

Fiel fiel fiel fiel fiel
Fiel fiel fiel fiel fiel
Fiel fiel fiel fiel fiel
Fiel fiel fiel fiel fiel
Fiel fiel fiel fiel fiel
Fiel fiel fiel fiel

 ¿fiel?









[Abecedario sencillo de la guerra]

Resentimiento Esencia del sufrimiento
Abatimiento Metáfora de la desesperación
Desilusión Sucesión del desconsuelo






Exilio

Cansados ya de ser hombres
abandonaron las ropas
al otro lado de la línea
que marcaba el tiempo.






[Abecedario complicado de la vida]

Ida sin venida            VIDA
La Ida convenida       MUERTE
Ida distraída               SUERTE
La ida con venida       ILUSION
La ida comedida        PURO TEATRO
La ida con medida     CIENCIA
La ida sin medida       LOCURA
La ida con ciencia      PACIENCIA
La ida a conciencia    OBSTINACION

El que vive lo que hace          VIVIDOR
El que hace lo que se vive      VIVIENTE
El que hace que se viva          VITALIZADOR
El que rehace la vida              REVITALIZADO
El que se hace al vivo             ANTROPÓFAGO
El que queda vivo                  VEGETARIANO






Las uvas de la ira 

U hombres o dioses
Oh! dioses, odios es
y mientras...
Así estamos por estos paraísos,
entre juegos de palabras y
bombas de racimo.







Poesía de oficios

Para filólogos mecánicos:
Las palabras son vehículos que transitan por
los túneles de la historia.
Para historiadores huérfanos:
Nunca pudo preguntarle a su abuelo qué pasó
en la guerra.
Para muertos en guerra:
La vida es una -ida sin veni-da, -a dios.
Para teólogos ociosos:
A dios se le olvidó pensar en su muerte.
Para historiadores con migrañas:
¡Que se acabe esta pesadilla de historia!.







Los doses deben de estar locos 

Los doses se han vuelto locos.
He de decirlo por más que en ello me vaya la vida.
Deambulan por parejas en el llano
inflados de razón,
borrachos de absoluto,
por las carreteras del arcano.
No reconocen sus opuestos.
Se han revelado en la absoluta relatividad de lo impuesto.
Corretean por las autovías celestes
con la autoridad preñada en el gesto,
en su infinito desprecio por el verbo.
El hoy está controlado por esos posesos
que viven mirándose al espejo.
¿Y lo otro?
¿Y lo diverso?
Amordazado.
Tengo miedo. Tengo miedo.







3ª SECUENCIA

La estatua

Qué ligero declinar de la luz.
Qué extraña ilusión de la mañana.
A golpes con el tiempo me sufro,
me amordazo en los sueños de un día
y otro más, inconcluso.
Así me golpean los sentimientos
en este armazón de vencido,
en esta blanca amalgama de escayola.
Sonrisa que inmutable permanece
poseído estoy de su esencia
en esta noche que ni me lleva ni cesa,
a ninguna parte, herido.
Así dirán de mí cuando ya ni los huesos
alimenten mi nombre
cuando no quede más sustancia
que el polvo que me sustenta.
Cuando ya el viento en un suspiro me borre
Cuando nada …


Yo que he visto la sombra de un álamo proyectada.
Pasos negros en batalla con su huella
para no marcar el destino.
Hombres ajados ansiosamente
hasta perder el alba.
Todo lo que he vivido,
todo transparente en la bruma de una mañana,
en la lluvia que me limpia ahora,
que me arrebata,
que me vacía…
Dulce declinar del alba.





Sostengo 


Sostengo que la noche ha suspendido la luna de un fino hilo. Un
prodigioso malabarismo extraño tras el que ando buscando razones.

"Es un hombre embotado en damasquino de seda -dices- el que se
abrocha el botón, a lo sumo dos, o tres, o ninguno". Qué mas da si
el juego no tiene jugadores, si los dados son de algodón y el tablero
salteado de cuadros sin concierto, redondos, inmensamente profundos,
no reflejan la sonrisa en tus pómulos. Qué más da si el uno antecede
al dos, si no hay orden de signos en este baile antiguo y mundano.
Y en esto, valdría posar la cabeza sobre el cuello de un vaso y sentir
el chillido de vidrio en el hipotálamo.
"Veleta marinera de caliza. Faro plateado que moldea el salitre del
mar a lengüetazos..."
"Pinsapos...",
"Olor a madera incrustada en camisa de verano..."
"Guíame brisa por los poros abiertos de tu mano..."
¿Será dios el sol?
"Ahora es un cuadro lo que veo. Cientos de golondrinas que se miran
en el charco de Hipocrene sin color alguno sobre un fondo blanco..”.

Ese juego de esferas plateadas me encierra contigo, ahora, en una
cábala de medidas, y saltan las estrellas una a una sobre tu cabeza
como impulsadas por cierto mecanismo que no llego a comprender.
¿Sientes tú lo mismo?, o es cierto que se ensancha el mundo y una
enorme nube violeta hace añicos el tiempo. Así sea lo uno y lo otro
en el cómputo ordenado
del número.






Los guardianes del tiempo


Los guardianes del tiempo llevan bigotes negros,
chaquetas raídas de un almacén estatal
y la sangre fría a chorro en quijadas de burro.







La opulenta Roma 


(El demonio al mendigo) -"Déjame pasar un ratito en tu útero, en
tus adentros, para ver los hilos de este futuro que tenemos juntos".

Es una mañana de domingo en la opulenta Roma. A eso de las diez
en punto, sin hacer mucho ruido, un demonio sin principios se
abalanza sobre el asfalto y mutila con desdén la mueca de un guardia
suizo que le señala aturdido la salida al más allá. El semáforo está
en rojo. Un mendigo remienda las aceras. Mil quinientos hinchas de
Escrivá de Balaguer se pelean con los gatos en la Columna Trajana.
La obra de dios y de los hombres se precipita.
Corren por la ciudad rumores de orgasmos. El cronista de las siete
colinas se asoma al balcón de los sueños colgados. La multitud
poseída se arremolina en el mármol, desafía al Tíber la sombra de
un olivo milenario. A las doce se urde la entretela del verbo en un
salto histórico, sin fumarolas para un cuello blanco, sin milagros
necesarios que blanquear en la sagrada historia de los hombres. El
mendigo sostiene la palabra en las manos: -"Quienes venden de amor
sus fracasos no se acostumbran a ser engullidos en un calendario
juliano. Sólo de la ausencia de risa pueden hablar, de la seriedad en
el gesto, de las noches en que se ahogan de prozac los turistas postizos
de un atlas cansado".
Trascendida la palabra hacia el paraíso de los lexemas muertos, se
entretejen con las columnas los adjetivos, los adverbios, la
meditabunda ambivalencia del cero.
El calor y la descomposición de los cuerpos obra por fin milagros.
Las campanas enmudecen. Se hizo por un momento el silencio.
Nadie pide la paz en nombre del tiempo. Y si uno sabe escuchar oye
atravesar el cielo un zumbido sordo de quejidos, de espasmos, de la
gran mentira que se dice en varias lenguas y sólo tiene un sujeto, un
único sonido, un simple olor para calificar el mundo.
Y es entonces que los nuevos dueños de Roma rechinan exhaustos.







La memoria

No hay memoria cuando juego
A no ser la experiencia del juego
A no ser el arrebato de estar vivo
A no ser la risa cómplice del otro
A no ser tu cuerpo desnudo o el mío
A no ser el otro,
sin ti,
sin tu tacto.
Sin miradas de fuego
Sin tiempo
Sin más palabras que la palabra precisa
para nombrar el momento.








Un mar de banderas negras 


Estoy en un mar de banderas negras.
Sin mediar vocablo trasciendo la palabra
(como quien desesperado proyecta su silencio
en el naufragio colectivo de los otros).
Debe ser la culpa de los doblemente heridos,
obreros y sabios, padres e hijos a la vez
en el olvido cotidiano de la memoria.
"¡Os acusamos del delito de silencio,
de haber torturado al débil con el valor del verbo,
de haberlo ahogado en la más lacerante
de las ausencias, aquella que no habla por sí misma
y es fuerza de la razón de los pocos;
la fragua oscura del lenguaje donde se funden
las palabras que no pueden ser dichas!".
El carro de los vencidos
avanza chirriante entre el desdén
y el peso de la historia.




El drama


El drama es no tener quien te escuche, hijo.
Quien loco de nada
dance ebrio sobre el tiempo
como esencia de agua.
Quien encierre gigantes
en el claustro de los sueños solos
y vuelva hielo risa y aire,
ceniza y agua.
El drama es no tener quien te diga mañanas,
quien incendie al oído noches llenas
y gire el mundo cogido al alba.





La vida es sueño


Y si sueño que sueño ¿Qué sueño?
(¡Qué sueño!)
La vida es un terrible insomnio.
Pensamos que pensamos,
vivimos que vivimos
y llegamos al convencimiento
de que la muerte es un descanso.
Otros mueren que mueren
(¡Qué cansancio!)
Dejad que yo no muera muerto.





Déjese llevar...


Déjese llevar por el desconcierto. Es usted la que pregunta.
En realidad no hay nadie para responderle. Es una pregunta
retórica que se hace a sí misma, sin más, y en cualquier caso,
aunque alguien pudiera responderle qué cree que le iba a decir
o a contar. ¿No está cansada de los cuentos, no se ha puesto
el mundo por montera más de una vez en un golpe de pecho,
no se ha reído por el mismo precio del tiempo, del vino, del
dinero, de los hombres que le dicen a usted lo grande que es
el Ebro; no ha querido lo que tiene, lo que vive, lo que sueña,
y aunque no fuera así, el padecer que en verdad no es mucho,
o la ilusión de ser otra, o las ganas de mandar a la mierda al
primer cabrón que le dice en voz alta lo cobarde que es usted,
lo miserable, lo tonta, o las veces que tuvo que comulgar con
ruedas de molino, o confesarse apta para servir de muesca en
la rueda dentada que le aprisiona los huesos, el alma, el último
aliento de sentirse humana, demasiado humana?.

Le sugiero por el contrario que no sea dura consigo misma.
Otros lo intentarán por usted. Le acercarán a sus narices el
odor del sudor ajeno. Husmearán como sabuesos su cuerpo,
sus pensamientos, lo último que pueda dar de suyo propio.
La complicidad del esfuerzo desquiciado, la dignidad vacua
servida en bandeja de plata, el lamento rutinario, la sinrazón
de los muchos, la levedad del misterio. La gran mentira que
se dice en varias lenguas. Eso. Y aquello. Y lo demás allá.
Hasta que la muerte le separe de una novela en la que usted
no tiene papel, en la que usted como mucho, aplaudirá después
del segundo acto sin desenlace posible, sin potencia para un
suicidio que no es suyo, que de puro prestado sólo se presta
a una breve nota.


Haga por un instante un ejercicio de memoria. Mire hacia atrás.
Recuerde los lustros que perdieron sus padres sin acariciar la
libertad, que por lejana, casi pecado era transitarla con besos
por el delirio colectivo de la miseria, o el reloj que le regaló
su abuelo postrado en el lecho de muerte.
Y aunque a pesar de todo llegara a sentirse bien, ya digo, en
este mundo de alquiler que vio por primera vez a manos de un
tercero, ¿no le hace asco este regusto de verse muerta, de
saberse apuñalada por el hoy y renunciar eternamente al mañana
para que todo continúe siendo lo mismo, para que no haya más
espacio entre usted y el futuro que un golpe de cadera en la
cadena de montaje de la vida, en la rara ilusión que trasmite
un telediario, o en un acelerón de su riego sanguíneo a lomos
de un monovolumen, todo ello en un gran salto evolutivo que
le ha llevado, oh dios, hacia el país del no retorno?.

Llegados al punto, por favor, tome aire. Enfile de nuevo la
pregunta. No lo haga demasiado abrupto, ni a gritos. Lo primero
le llevará a la soledad y al desamparo por la vía del rechazo,
lo segundo ya sabe, le tomarán por loca. Hágase el sonido
como la luz, en un golpe certero de diafragma. Expulse el aire
a través de la glotis sin titubeos ni estrecheces. No piense
ahora. Abra bien la boca. Frunza el ceño. Que la rabia hundida
en el pozo oscuro de la materia asalte al oyente, si lo hubiere,
si no, siéntase tan bien como yo, al fin y al cabo, le aseguro,
que más de lo que hay no va usted a encontrar.

                                                                              Noviembre 2002







A Federico García Lorca 

De la noche y del día 

1.
Y al fin
saltando del carro de fuego
todo y nada parece consumarse.
El destello de vida se aleja
y mientras,
sola se acerca la muerte.
Pero él permanece allí.
Y estático e impasible
ante sí se arrodilla
tan solo ve y se maravilla
de aquello vano y fugaz.
Y grita
y todo acaba.
Qué triste es acabar.


2.
La noche sigue su curso
y un frágil vientecillo
cubre de aroma escarlata
la hierba fresca del rocío
y la luna de plata.




3.
Ya se desgrana la luz del día
Ya emerge el aura violácea
alzando su capa de grana
La vida vuelve a brillar
y nacen mil hijos
y juegan
y ríen
y lloran
y todos buscan un lugar.

4.
A lo lejos divisan una silueta misteriosa
de relucientes ejes y cegados, perplejos y absortos,
inundados en un caudal de bruma, se aferran al estribo.
La capa se torna en manto
y el eje reluciente en brasa de espanto.
De nuevo todo empieza.
Qué triste es empezar.


                                                              Octubre, 1980








“El hombre es una cuerda tendida 
entre el mono y el superhombre.” 
                                F.Nietszche 

El último hombre.

Ríos de semen corren sin cauce
bajo calles que aplastan hijos desnudos.
Centinelas sin cara armados de tuberías
y bocas de cloacas por escudo
 se anteponen.

La ciudad sin luces
sin candiles encendidos
o neones azules sin humo.
“Ya nada, nada”.
Grita destrozándose la garganta a
navajazos entre sombras,
entre cielos moribundos.
Rojo y negro a veces
mármol, reflejo, horizonte,
cumbres de cuchillos al rojo
también se anteponen.


Trece pirámides de aristas retorcidas
no alcanzan nunca su voluta.
La lluvia entre el mármol frío,
el agua de sales, las hojas de acanto,
atravesadas cuando parecía ácido
y no agua,

cuando cien perros putrefactos
se consumen sin un grito maloliente,
sin remedio,
cuando la horrible visión
se va acercando blanquecina.


Perdido el continente
cuando no importa el contenido.
Todas las legiones destrozadas.
Destrozados templos y horizontes.
Ya nadie se antepone.


Cunde el pánico y esta vez seguro.
También jinetes sobre cubos
arrojan cajones o cuadros,
marcos venenosos o palabras
cargadas de sentido.
Todo vale cuando no vale.


Fin seguro sin comas.
Cayeron los jinetes, cayeron.
La última esperanza sepultada.
Nadie quiere rezar.
Nadie quiere conducir el féretro.


Aguardan algo y no saben qué,
no saben forma ni función,
ni la distancia perfecta que
centra su vértigo.


“¿Dónde está la luz?”
–pregunta uno-
aquel y no otro que en cadenas

de fuerza y energía base
de transmutaciones
suspendió el universo,
cazó estrellas a escopetazos,
limpió de polvo el vacío.
Fundación de hamburguesas
interplanetarias suspendidas en
platillos.
Aquel que ahora miraba
famélico de hambre y
aterrado de siglos.


“En horas, años, siglos,
venimos esperando.
Éste es el momento”-dijo-,
aquel que ahora miraba
metido en su reloj,
incluso dentro.
Y borracho puso ideales
allá en lo alto de la columna.
Fingió escaleras,
pasamanos de oro,
palabras adornadas
en flecos dorados.


Nada. No hay juicio.
No hay trompetas ni alas.
Todo es igual que el tiempo.


En el extremo apartado del callejón
sobre un montón de piedras,
de hierros retorcidos,
se alza el último hombre,

no aquel, con una linterna en la mano.
El caudal impreciso y alocado
lo cubre todo. Guiado
en sombras cubre
los últimos pasos,
las últimas huellas del cosmos.
Azar fuerte
hoy cansado del orden.
Destrucción inmediata
de calles en cuadrícula,
de aristas que surgen
de un centro sin centro.


Y el último hombre
con una linterna en la mano.


Solo. Tranquilo. Sereno.
Alzando la vocecilla
en la negra selva
de un espeso vaho,
se alza el último hombre,
solo,
tranquilo,
sereno,
superhombre.


                                                       Noviembre, 1983








The wind flew my hair across my eyes 
I saw him through a curtain of hundreds of strands 
Each one an experience. In the ocean, the sand, 
on top of several mountains. Carried. 
                                                        Elizabeth St. Jean 

Soneto

Y dejar mi tierra sola en el umbral
bajo el espectro azul de su figura
Sombra que el tiempo mate sin llanura
forzando el paso de un camino mortal

Y dejar mi tierra roja, de su igual
pasado siempre repetido en locura
Orgullo incestuoso que anhela altura
ahogado en las mismas aguas de su mal

Y solamente por ver tu cara
por sentir tu mano junto a la mía
sólo por fuerzas de atracción desatadas

por raíces que perduran sin guía
Todos somos prolongaciones de nada
Cuerpos de dioses. Caminos de días.

                                                     1985






A veces vuelvo a aquel cubículo de mi Infancia 

Me veo de nuevo tumbado en un banco desconchado de ladrillo,
de argamasa, viendo pasar las cosas, todas mis cosas, mirando la
luz que desafía una rendija sobre el cañizo.
( Mi madre me llama).
No sé si es instinto o ademán pero alargo la mano. Mis dedos se
convierten en tijeras. Corto el haz de luz por donde danzan
silenciosas las partículas de polvo.
Lo demás, un pilar en el centro sustenta la techumbre, una puerta
cuarteada, un montón de alfalfa y sobre todo el griterío de unos
polluelos de golondrina que habitan el nido conocido.


Yo supe aquí que tenía cinco años que el secreto de la vida yacía
escondido en cualquier rincón de mi andana. Mi andana.
Yo soy un niño rico –me repetía -. Los niños de Nueva York no
tienen andana. Los niños de ciudad suman las horas adulteradas
sobre una pizarra hasta que suene la campana. (¡Delmundo a
comer!).
Aquí no hace falta reloj. Aquí las horas de aprender se diseñan
perfectas sobre una viga de madera. La golondrina. La Mosca. La
Araña. Miles de hormigas hambrientas que esperan el hueso que
como de ciruela.



A veces también pasan cosas extrañas. Parece que el montón de
alfalfa se hincha de vida. De pronto una polvareda. Cesa el rayo
de luz. Se asoma el ruido al vano de la puerta.
Y rechinan como sultanas las ratas en esta nueva Alhambra.
(¡No te lo diré otra vez!)


Mi andana estaba llena de canastas, de higos secos, de ropa
tendida, de revistas de mi abuelo escondidas. Mi abuelo perdió
su guerra. Yo perdí mi andana.
A veces aún vuelvo a aquel cubículo de mi infancia.
(Milá, dile algo a tu hijo)


                                 A Vicente Rodríguez Lisarde. Mi abuelo 
                                                                       Agosto de 1991 






Amor de curso legal 

Oposítame el cuerpo.
Relléname el alma de impresos.
Pégame a una póliza de cinco duros
y arrójame a un buzón de correos.






A Jacques Derrida 

[Apuntes para un arquitecto de la palabra] 

¡Derriba, Derrida, no a la deriva!
Ida viva sin venida y alba blanca.
¡Salva el arca malva parca!
que me empuja al ignoto valle del loto
donde ríe Derrida en el filo del día,
y arriba la noche viva,
de fino carmesí coloreada,
transida,
amamantada,
loca de baile de vida,
vestida de larga noche
y llena hasta que cayeron tres palabras en su blanda crisma.
Entre ida y venida y henchida y de larga vida transida,
"El siglo veinte".

¡Arriba, Derrida, no a la deriva!
que se ríen amargamente los corsarios del poniente.

(Madrugada que fue de rama en rama en la arquitectura
vacía del agua. No diré que allí donde se ponen los ponientes,
pero válgame dios si reía Derrida
a la deriva, a la triste deriva de un galeón.)






A Rafael Alberti 

A Roma

A Roma, A Roma
hasta que no queden caminos,
hasta que se aneguen de semen los campos
y no haya más armas que los miembros duros.
Y se llene el mundo de locos desnudos
y sean las banderas retales
de infantes uniformados.


A Roma, A Roma
hasta que las puertas del cielo en la Sixtina
sean nubes de placer. Y pinte Miguel Ángel
un adán empalmado y beba vino el santo padre
hasta caer borracho y las babas de Babel
no confundan a los hombres y hablen los eunucos
y pidan justicia, sexo robado.


A Roma, A Roma
hasta que no queden caminos.




A George Bataille 



La Náusea 

La Náusea más profunda
vino a merodear la inquieta noche.
Sentí la lluvia limpiar el alma
que de plomo tendida
yacía junto a los hombres;
seres sin aliento
desvencijados y deformes;
encrucijada vacilante
a la sombra de dios
y de su abismo.
En el sentir de otros
se sacudía la miseria,
lágrimas y cenizas.
Lo que antes fue
aplastado en la palabra.
Lo que hoy empieza,
esquivo y escarpado
mundo de la forma.
Quienes forjaron su edén
entre losas y cruces
ven crecer las margaritas.

En el crisol de la raza
una mancha se expande.
Triunfo de lo pagano.
Hijos del pueblo abatidos.
Batid las alas de la conciencia
Ejercito de vencidos





A Robert Graves 

Penélope

Sensaciones diluidas en tu retina
que acaso desvanecen al sendero de la aurora.
Luces esparcidas entre ciénagas celestes
se inflaman de vida cual finas hebras.
No más desalientos.
Solo espirales circunvalantes
que arrastren al olvido
aquella mirada tuya
inmersa en un mar de anillos.
Lentamente son destellos
lo que tantas veces
acariciaban tus mejillas.
Heroicos pasajeros del nuevo Argos
pretendientes son desalijados
navegando sobre mares de espasmo.
Tenue te sumerges
fiel devota de dioses despojados
en la pálida semisombra de tu penuria.
Qué aromas de violeta pudiste sentir
Qué trágica sensación de no encontrar
sino pasado. Profundo sí, mas de nuevo
estremecimiento, siempre solitario, frío, gélido.
Bajel anclado blanquiazul en tus senos.

Miradas interminables bajo horizontes
de fuego ardiendo.
Oh, plenitud de ocasos
arrastrados al inquietante
devenir del misterio.
Serpientes victoriosas
que no vieron más sol.
Universos cegados y eternos.





Fracaso

Caminar sin rumbo en el océano gris
hacia ninguna parte.
Vagabundo de pies descalzos
abatido aún por el cansancio
bajo la huella de un sinfín de errores.

Allá donde la ciudad de los juguetes
parece un sueño inalcanzable.
Donde el azar hastiado
se mece negros cabellos
a la sombra del rectángulo.
Una enorme losa de 64 cuadrados
donde jugaron al fracaso
duendes y prohombres en el mismo lecho.

-Y todo para qué-.
Para seguir mercenario en un mundo
que ya no es nuestro,
que ya no vale la pena agotar el tiempo.
Que Atlas cansado arroje su peso
y escupa tras su paso el camino deshecho.
Vástago que al cielo hubiese alzado
el mismo brazo que hoy cubre su cuerpo.


Oí decir a un molinero
cansado de los cuentos
(la agonía repetida en su hijo pequeño)
“A millones de leguas
perdido en el universo
se hallan las columnas
de un imperio muerto”.

Ahora no quedan islas,
trozos que al mar
ató el infinito desmembrado.
Solamente el viento
aunque aturdido
es capaz de empujar a bandazos
los restos del fatal naufragio.

                              1980                                  




Las guayabas se caen en diciembre 

Rebelión de los príncipes de la media sombra.
Revuelta de los hijos sistemáticos.
Desconocidos en la noche somos tu y yo
como memorias de ordenadores viejos.
Las cruces se pierden entre copas y bautizos.
Los hijos de lo absurdo vagan una y otra vez.


La noche es triste.
Una copa se pierde entre maderos.
Las calles no sufren.
Los abetos no existen.
Se pierde entre rincones la luna,
entre vagabundos.
Sudan las estampas atormentadas
de las iglesias al sonido orgiástico de
rencores pasados.
No veo tu figura.
No leo tu pensamiento.

Ahora dialogan tus palabras solas
en oscuras lámparas de aceite vegetal
y dicen de la memoria de tu cuerpo,
dicen lo que fuiste,
dicen que la muerte estaba al acecho.


Soy un loco.
Miseria es la cerveza que derramo.
Lujuria de la espuma blanca.
Luna de los muertos.
Mediodía sin pasteles.
Café no negro.
No te siento.
No bebes el agua que yo te sirvo.
Camarero que soy, yo te ofrezco
la mañana azul que llevo.
Luego me desprecias,
no puedes conmigo.
Juegas.
Me consumo como la ceniza
en tu liviano cuerpo…
De nuevo crees en mí.
Largas bocanadas de esperanza en tus labios.
A veces pienso que soy un vaso.

Aquel cigarro se consume
entre platos de propinas gritando:
“¡blanca, necia y barata es la bandera
que tu llevas!”.
Yo. Sólo siento una daga en mi mano
para liquidar tu aliento

(Un puñado de jóvenes sinceros
colorean la mañana al romper el día)

Triste es la cama que cuidas con cariño,
porque trabajas.
Otros aprovechan las sábanas que el alba
tejió de amarillo.


En tus entrañas se derrama una sangre roja,
bandera de aquellos a quienes la patria acuchilló.

Lejos.
Lejos del día del sombrero aquel.
Lejos de las putas y el desconsuelo.
No sé si existes rodeada de danzas entre el polvo.
A veces es triste la vida.
¡ Que las guayabas caigan en diciembre
sobre tus dientes mientras tú disfrutas con otro!


                                             con Michel en Tahití. 




 A Pilar 


Una noche 

¡Qué fugaz noche
aquella de pelo blanco!

Yo vi manos de viento
mecer viajeras
solitarios cuerpos.
La noche blanca.
La luna posando.
Cabelleras de tierra
rojizas de tono
y sedientas de barro.

Yo vi desnudo y posado
que todo era curvo
pequeño,
infinitamente dorado.
Así melancólica el agua
danzaba silenciosa
por ocultos caños.
Y sentí notas perdidas
disonancias de triste canto.

Ya nada tocaban.
Sólo aquellas manos
eran recuerdo.
Aromas perdidos
de azahares lejanos.
Mas yo estaba solo.
El alba en lo alto

¡Qué fugaz noche
aquella de pelo blanco!


                         







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