Vino al mundo
por una contracción del mundo,
cuando las cosas todavía no llevaban nombre y
los nombres no existían sino en el lado más remoto de los silencios,
cuando los árboles advertían a las aves de un
nuevo albor para las aves y los cielos rojos demoraban los días en espera de
viento,
cuando los otros
yacían expectantes sobre la cara oculta de la tierra y el deseo dibujaba nubes
sin sombras en un espacio infinito.
Vino al mundo por una sucesión de noches que
iban cayendo una a una sobre el principio de una saga, sobre el inicio de una
cadena que no tenía eslabones donde encerrar la libertad, y poder tensar las
esperas para amarrar la memoria.
Vino al mundo por
que otros lo llamaron y en la voz todavía clara se arremolinaban las sílabas de
un lenguaje incierto.
Vino al mundo para sentirse junto a los otros, que lo amaron sin saber siquiera su nombre en un mundo en el que se batían en
fuga la necesidad y las piedras como lenguas de fuego.
Y cuando vino
miró su hambre y su cansancio y una lluvia láctea se derramó por sus labios
como lluvia de seres que desgajaran su esencia, y la sensación de cuerpos que
se rozan uno junto al otro sin apenas tocarse fue el primer contacto.
Y luego
extendió la palma de sus manos y un vértice rugoso le traspasó la piel como
sucesión de arrebatos sin movimiento, como un impulso vital para una secuencia
aterciopelada e incierta.
Y una mirada
limpia se reflejó en las caras de los otros todavía difuminadas por una luz sin
punto de fuga.
Y surgieron las formas de
un claroscuro como quien viese nacer la primera memoria.
a Marc, mi hijo.