Geografía
Hay una geografía de
los lugares propios, casi imperceptibles, que componen el mapa de nuestro mundo como personas. Yo mismo sé de
ese espacio que se ha ido reduciendo al que ahora soy y conforma el relieve de mi corteza
humana.
El mismo día que
cumplí cinco años se ensanchó la noción de mi mismo, de buena mañana, cuando se
aparece el contorno de las cosas en movimiento y las nubes blancas dibujan en
el ambiente limpio de agosto un juego de
sombras.
Ese momento de conciencia en que todo se dispone perfecto para revelarse
sobre el fondo azul de una ventana abierta. No debe haber viento para que no se
vuele la memoria. Hay que estar recién duchado, dispuesto como un niño con pantalones
cortos, borracho de colonia , camisa blanca de cuello redondo y las botas altas
de cuero, posiblemente heredadas.
Puede tocarse el pasamanos de la escalera como quien acaricia
la madera lacada, con los ojos de los
dedos bien abiertos para oler la sustancia que destilan las astillas. Un
lenguaje interno que susurra a los sentidos de quienes siempre están atentos a
la vida.
Nadie diría ( porque a
nadie le importa) que estoy enfrente de la puerta de mi andana. Ya sabeís que
es una puerta cuarteada, como si en cada esquina se contuviera la forma
perfecta de una estancia, es un decir, para no decir que nunca he visto puerta
más bonita y que al atravesarla sé que no volveré a ser el mismo niño con las
botas heredadas. Luego seré otro ya veréis y nunca más soñaré con mi andana.
He cerrado la puerta .
Tengo cincuenta años y estoy al otro lado de mi infancia.
Delmundo Milà,