lunes, 14 de marzo de 2016


Geografía

Hay una geografía de los lugares propios, casi imperceptibles, que componen el mapa de  nuestro mundo como personas. Yo mismo sé de ese espacio que se ha ido reduciendo al que ahora  soy y conforma el relieve de mi corteza humana.

El mismo día que cumplí cinco años se ensanchó la noción de mi mismo, de buena mañana, cuando se aparece el contorno de las cosas en movimiento y las nubes blancas dibujan en el ambiente limpio de agosto un  juego de sombras.

 Ese momento de  conciencia  en que todo se dispone perfecto para revelarse sobre el fondo azul de una ventana abierta. No debe haber viento para que no se vuele la memoria. Hay que estar recién duchado, dispuesto como un niño con pantalones cortos, borracho de colonia , camisa blanca de cuello redondo y las botas altas de cuero, posiblemente heredadas.

Puede tocarse el  pasamanos de la escalera como quien acaricia la madera lacada, con los ojos  de los dedos bien abiertos para oler la sustancia que destilan las astillas. Un lenguaje interno que susurra a los sentidos de quienes siempre están atentos a la vida.

Nadie diría ( porque a nadie le importa) que estoy enfrente de la puerta de mi andana. Ya sabeís que es una puerta cuarteada, como si en cada esquina se contuviera la forma perfecta de una estancia, es un decir, para no decir que nunca he visto puerta más bonita y que al atravesarla sé que no volveré a ser el mismo niño con las botas heredadas. Luego seré otro ya veréis y nunca más soñaré con mi andana.


He cerrado la puerta . Tengo cincuenta años y estoy al otro lado de mi infancia.
                                                                     
                                                                                                                    Delmundo Milà,