lunes, 27 de enero de 2014

La fiebre del oro

Es posible que uno sea alto como un pino, rubio como la cerveza y bien encarado, pero no tonto, o al menos eso tuvieron que pensar las mentes más privilegiadas del Bundesbank alemán cuando solicitaron a la Reserva Federal de los Estados Unidos que les devolviese las 1536 Tm, casi la mitad de sus reservas  totales de oro, que supuestamente están depositadas en la bóveda del subsuelo de la 5ª avenida de Nueva York.  –“Estos melones quieren ver su oro”-  seguro que dijo Ben Bernanke, cancerbero de la FED, como antes hizo Goldman Sachs ( jugando con el inglés : “El hombre de los sacos de oro”, experto en vender cosas que no existen . Vendió certificados de oro, pero no tenía ni una triste onza de oro que respaldara la ilusión de transformar el metal en cédulas. Un alquimista del siglo XXI.)
Insistieron los tozudos alemanes en hacer bueno el dicho de que se cree lo que se ve, sabiendo que desde mediados de los cincuenta ningún cliente ha visitado la veta artificial más prólija del mundo. Y ante la desconfianza, la demostración empírica. Una buena mañana de  2013 se les conminó a los incrédulos teutones a dar por cierta la existencia de su propiedad pero la sorpresa fue mayúscula cuando en la antesala de la bóveda se les había preparado una muestra del producto. Cinco barritas relucientes del aúreo metal. –“Estas son de chocolate”- pensó el  más listo de todos. –“El resto no lo pueden ver”- apuntó el botones de la FED. Los alemanes molestos pensaron que con aquello no podían ni hacerle un anillo a la Merkel. Es más, empezaron a sospechar que la materia lejos de trasformarse  puede esfumarse como así apuntan todos los indicios.
En efecto, un antiguo encargado de Goldman, un tal William Kaye, afirma sin pelos en la lengua que el oro alemán y el de todos los estados que habían depositado su confianza en la reserva americana, ha sido fundido en Hong Kong y de allí ha pasado a llenar sin logotipos culpabilizadores cualquier pagoda fuerte de la Ciudad Prohibida. Una mala noticia para los alemanes, que cabreados,  amenazan a Obama con que les devuelva los suyo en el 2020 sin dilación. Los americanos se han disculpado como saben, espiando el teléfono de Ángela por si acaso se le ocurre cambiar de joyeros. Sin embargo ella sabe, como todos los dirigentes occidentales que los días de desayuno con diamantes se han acabado. La única fiebre en estos tiempos de resfriado es amarilla y no trasparente. El nuevo oeste descansa a orillas del Yang-tse, allá donde buda perdió el pelo.
D. Milà