Es posible que uno sea alto como un pino, rubio como la
cerveza y bien encarado, pero no tonto, o al menos eso tuvieron que pensar las
mentes más privilegiadas del Bundesbank alemán cuando solicitaron a la Reserva
Federal de los Estados Unidos que les devolviese las 1536 Tm, casi la mitad de
sus reservas totales de oro, que
supuestamente están depositadas en la bóveda del subsuelo de la 5ª avenida de
Nueva York. –“Estos melones quieren ver
su oro”- seguro que dijo Ben Bernanke,
cancerbero de la FED, como antes hizo Goldman Sachs ( jugando con el inglés : “El
hombre de los sacos de oro”, experto en vender cosas que no existen . Vendió
certificados de oro, pero no tenía ni una triste onza de oro que respaldara la
ilusión de transformar el metal en cédulas. Un alquimista del siglo XXI.)
Insistieron los tozudos alemanes en hacer bueno el dicho de
que se cree lo que se ve, sabiendo que desde mediados de los cincuenta ningún
cliente ha visitado la veta artificial más prólija del mundo. Y ante la
desconfianza, la demostración empírica. Una buena mañana de 2013 se les conminó a los incrédulos teutones
a dar por cierta la existencia de su propiedad pero la sorpresa fue mayúscula
cuando en la antesala de la bóveda se les había preparado una muestra del
producto. Cinco barritas relucientes del aúreo metal. –“Estas son de chocolate”-
pensó el más listo de todos. –“El resto
no lo pueden ver”- apuntó el botones de la FED. Los alemanes molestos pensaron
que con aquello no podían ni hacerle un anillo a la Merkel. Es más, empezaron a
sospechar que la materia lejos de trasformarse puede esfumarse como así apuntan todos los
indicios.
En efecto, un antiguo encargado de Goldman, un tal William
Kaye, afirma sin pelos en la lengua que el oro alemán y el de todos los estados
que habían depositado su confianza en la reserva americana, ha sido fundido en
Hong Kong y de allí ha pasado a llenar sin logotipos culpabilizadores cualquier
pagoda fuerte de la Ciudad Prohibida. Una mala noticia para los alemanes, que
cabreados, amenazan a Obama con que les
devuelva los suyo en el 2020 sin dilación. Los americanos se han disculpado
como saben, espiando el teléfono de Ángela por si acaso se le ocurre cambiar de
joyeros. Sin embargo ella sabe, como todos los dirigentes occidentales que los
días de desayuno con diamantes se han acabado. La única fiebre en estos tiempos
de resfriado es amarilla y no trasparente. El nuevo oeste descansa a orillas
del Yang-tse, allá donde buda perdió el pelo.
D. Milà