domingo, 20 de enero de 2019


El paseante y el agua.

El camino no llevaba a ninguna alberca. El agua era sólo una quimera. Hubiera querido quedarse ciego para no ver la desdicha que se anclaba a sus pies. “Todavía puedo moldear el barro” – decía-.
 No era cierto. Nada de lo que tocaba a su paso se convertía en vida. Nada de lo que estuviera dispuesto a admitir como nuevo tenía el tiempo de su lado. Era en vano todo intento. Se quedó quieto para desgajar el silencio con el filo de su aliento. Todo estaba cubierto de miedo en aquella ausencia. Una ilusión enfebrecida con el sudor de sus manos. Un arrebato líquido atravesó la pupila para que el cielo corriera paralelo a sus lágrimas.
Poco a poco se fue cerrando el universo en sus párpados, se fue aplacando la noche de sangre en sus venas. Batía el corazón muy despacio. Se cerraban los poros como en un eclipse de luna. Y pensó con el último impulso de su voluntad ciega beberse el cielo para seguir vivo mirando las estrellas. Para acariciar las piedras que disponían su camino. Para sentir la danza de la vida que se aleja.
Extendió una mano sobre la hierba mojada. Escuchó por última vez el sonido del agua. No era muy viejo. Nadie lo esperaba. 
                                                                       ( de "Viaje a los confines de la nada". Delmundo Milà.)

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